Segundo volumen de En busca del tiempo perdido, obra cumbre de la literatura del siglo XX, A la sombra de las muchachas en flor describe el itinerario de un doble aprendizaje: erótico y artístico. El papel de iniciadora corresponde a Gilberte y la historia de la pasión que ella inspira al narrador constituye la parte central del libro. En este episodio, aparentemente inocente, de un cortejo adolescente, todo tiene un valor ejemplar: el contraste entre la espera febril de la persona amada y la desilusión que su presencia provoca, con el consiguiente aplazamiento continuo de las esperanzas y la imposibilidad de vivir la felicidad como momento actual; los golpes de efecto que revelan posibilidades ni siquiera soñadas cuando todo parecía perdido; la #gimnasia de la indiferencia#, perseguida con sorprendente lucidez por el joven narrador; la ruptura, por último, de ese círculo vicioso por obra del tiempo, que caprichosamente y mediante diversas intermitencias conduce al olvido. Pero amor y arte, lejos de excluirse, se ayudan mutuamente, pues Gilberte es quien hace de intermediaria entre el narrador y Bergotte y es en el taller de Elstir donde conoce inesperadamente a Albertine. Pero esa afortunada connivencia resultará ser una de las numerosas ilusiones y falsas pistas diseminadas en el camino seguido por el narrador de En busca del tiempo perdido y que ni siquiera pueden considerarse necesarias para preparar el descubrimiento final de la verdad, ya que en el pesimista universo proustiano, ésta resulta ser una concesión caprichosa e imprevisible, como un don gratuito, ante el cual la única actitud válida es la disponibilidad.