De las cosas que pasaron en el barrio florida, la más asombrosa de todas fue la llegada de Elías Bloy y de Betina, la máquina del tiempo. Elías Bloy era bajísimo y muy flaco. Betina, en cambio, era cuadrada, grandota, reluciente, con cinco ojitos verdes, que parpadeaban sin parar y tres antenas largas y enruladas que se levantaban hacia el cielo. Elías Bloy y Betina llegaron a la casa de la calle Vallegrande casi esquina Lavalle un miércoles doce de diciembre por la tarde en un camión de mudanzas. Elías Bloy instaló a Betina en el patio de atrás, al aire libre, y los vecinos de la manzana se acostumbraron muy pronto a ver tres antenas enruladas que vibraban en el aire, por encima de un níspero y un limonero. No fue demasiado difícil adivinar quién era en realidad Betina, porque no habían pasado más de dos horas desde la llegada del hombre flaco y de la máquina gorda cuando medio frente de la casa de la calle Vallegrande quedó tapado por un cartel donde cualquiera podía leer: B.E.T.I.N.A - MÁQUINA DEL TIEMPO - SERVICIOS A DOMICILIO - TARIFAS RAZONABLES