su compra


0 libro(s) - AR$0.00 Euros Dólares US
0 libro(s) - U$S0.00 Euros Pesos
0 libro(s) - €0.00 Pesos Dólares US
Usuario: Clave:
Registrarse
Facebook Twitter viernes 22 de noviembre del 2024 22-11-2024
Tapa del libro COMO CAMBIAR EL MUNDO

COMO CAMBIAR EL MUNDO

MARX Y EL MARXISMO 1840-2011

Ver Biografía

No Disponible No disponible

Autor: HOBSBAWM, ERIC J.

Origen: España

Editorial: CRITICA

ISBN: 9788498922110

Origen: España

$ 549.00 Icono bolsa

0.55 U$S 0.61

Prólogo





El presentelibro,recopilación de muchas de mis obras relativas a este
campo entre 1956 y 2009, es básicamente un estudio del desarrolo
e impacto póstumo del pensamiento de Karl Marx (y el inseparable
Frederick Engels). No es una historia del marxismo en el sentido
tradicional, aunque su núcleo incluye seis capítulos que escribí para
un multivolumen muy ambicioso, Storia del Marxismo, publicado en
italiano por la editorial Einaudi (1978-1982), del que fui coplanifi-
cadory coeditor.Dichos capítulos,revisados,aveces exhaustivamen-
te reescritos y complementados con un capítulo sobre el período de la
recesión marxista a partir de 1983, constituyen más de la mitad del
contenido de este libro. Además, contiene otros estudios de lo que
la jerga erudita denomina «la recepción» de Marx y el marxismo; un
ensayo sobre el marxismo y los movimientos obreros desde la década
de 1890, cuya versión inicial fue originalmente una conferencia en
alemán para el International Conference of Labour Historians cele-
brado en Linz; y tres introducciones a obras concretas: La situación
de la clase obrera en Inglaterra de Engels, el Manifiesto comunista y las
opiniones de Marx sobrelas formacionessocialesprecapitalistasen el
importante conjunto de manuscritos de 1850 conocidos en su forma
publicada como Grundrise. El único marxista posterior a Marx y
Engels debatido específicamente en este libro es Antonio Gramsci.


Unas dos terceras partes de estos textos no se han publicado en
ingléso permanecen inéditos. Elcapítulo 1es una contribución con-
siderablemente ampliada y reescrita a una charla pública sobre Marx
celebrada bajo los auspicios de la Semana del Libro Judío en 2007.
Lo mismo sucede conel capítulo13. Elcapítulo 15no ha sido publi-
cado con anterioridad.
¿Quiénes eran los lectores que yo tenía en mente cuando escribí
estos estudios, ahora recopilados? En algunos casos (los capítulos 1,
4, 5, 16 y, quizá el 12), simplemente hombres y mujeres interesados
ensaber másacerca deestetema. Sin embargo, la mayoríade capítu-
los van dirigidos a lectores con un interés más específico en Marx, el
marxismo y la interacción entre el contexto históricoy el desarolo y
la influencia de las ideas. Lo que he tratado de proporcionar a ambos
tipos de lectores es la idea de que el debate sobre Marx y el marxis-
mo no puede limitarse a una polémica a favor o en contra, teritorio
político e ideológico ocupado por las distintas y cambiantes señas de
los marxistas y sus antagonistas. Durante los últimos 130 años ha sido
el tema fundamental de la música intelectual del mundo moderno, y
a través de su capacidad de movilizar fuerzas sociales, una presencia
crucial, en determinados períodos decisiva, de la historia del siglo xx.
Espero que mi libro ayude a los lectores a reflexionar sobre la cuestión
de cuál será su futuro y el de la humanidad en el siglo xxi.

Eric Hobsbawn
Londres, enero de 2011



I

MARX Y ENGELS

1


Marx hoy




I

En 2007, menos de dos semanas antes del aniversario de la muerte
de Karl Marx (14 de marzo) y a pocos pasos de distancia del lugar
con el que está más estrechamente asociado en Londres, la Round
Reading Room del Museo Británico, se celebró la Semana del Libro
Judío. Dos socialistas muy diferentes, Jacques Atali y yo, estábamos
alí para presentarle nuestro respeto póstumo. Sin embargo, si tene-
mos en cuenta la ocasión y la fecha, aquelo era doblemente inespe-
rado. No podemos decir que Marx muriera habiendo fracasado en
1883, porque sus obras habían empezado a hacer mela en Alemania
y especialmente entre los intelectuales de Rusia, y un movimiento
dirigido por sus discípulos estaba ya captando al movimiento obrero
alemán. Pero en1883,aunque poco, habíaya suficiente para mostrar
la obra de su vida. Había escrito algunos panfletos extraordinarios y
el tronco de un importante volumen incompleto, Das Kapital, obra
en la que apenas avanzó durante la última década de su vida. «¿Qué
obras?», inquiría amargamente cuando un visitante le preguntaba
acerca de sus obras. Su principal esfuerzo político desde el fracaso
de la revolución de 1848, la lamada Primera Internacional de 1864-
1873, se había ido a pique. No ocupó ningún lugar destacado en la
política ni en la vidaintelectual de Gran Bretaña, donde vivióduran-
te más de la mitad de su vida en calidad de exiliado.

Y sin embargo, ¡qué extraordinario éxito póstumo! Al cabo de
veinticinco años de su muerte,los partidos políticos de la clase obrera
europea fundados en su nombre, o que reconocían estar inspirados
en él, tenían entre el 15 y el 47 % del voto en los países con elec-
ciones democráticas; Gran Bretaña era la única excepción. Después
de 1918 muchos de elos fueron partidos de gobierno, no sólo de la
oposición, y siguieron siéndolo hasta el final del fascismo, pero en-
tonces la mayoría de elos se apresuraron a desdeñar su inspiración
original. Todos elos existen todavía. Entretanto, los discípulos de
Marx crearon grupos revolucionarios en países no democráticos y
del tercer mundo. Setenta años después de la muerte de Marx, una
tercera parte de la raza humana vivía bajo regímenes gobernados por
partidos comunistas que presumían de representar sus ideas y de ha-
cer realidad sus aspiraciones. Bastante más de un 20 % aún siguen
en el poder a pesar de que sus partidos en el gobierno, con pocas
excepciones, han cambiado drásticamente sus políticas. Resumien-
do, si algún pensador dejó una importante e indeleble huela en el
siglo xx, ése fue él. Entremos en el cementerio de Highgate, donde
están enterados los decimonónicos Marx y Spencer —Karl Marx y
Herbert Spencer—, cuyas tumbas están curiosamente una a la vista
de la otra. Cuando ambos vivían, Herbert estaba reconocido como el
Aristóteles de la época, y Karl era un tipo que vivía en la parte baja
de la ladera de Hampstead del dinero de su amigo. Hoy nadie sabe
siquiera que Spencer está alí, mientras que ancianos peregrinos de
Japón y la India visitan la tumba de Karl Marx, y los comunistas ira-
níes e iraquíes exiliados insisten en ser enterados a su sombra.
La era de los regímenes comunistas y partidos comunistas de
masas tocó a su fin con la caída de la URSS, y alí donde aún so-
breviven, como en China y la India, en la práctica han abandonado
el viejo proyecto del marxismo leninista. Cuando esto ocurió, Karl
Marx volvió a encontrarse en tiera denadie. El comunismo se había
jactado de ser su verdadero y único heredero, y sus ideas se habían
identificado ampliamente con él. Incluso las tendencias marxistas o
marxistas-leninistas disidentes que establecieron unos cuantos pun-
tos deapoyo aquí y alí después deque Khrushchev denunciaseaSta-
lin en 1956 eran casi con toda certeza excomunistas escindidos. Porconsiguiente, durante gran parte de los primeros veinte años después
de sumuerte,se convirtió estrictamente en unhombre del pasadodel
que no valía la pena ocuparse. Algún que otro periodista ha legado
incluso a sugerir que el debate de esta noche trata de rescatarlo de «la
papelera de la historia». Sin embargo, hoy en día Marx es, otra vez y
más que nunca, un pensador para el siglo xxi.
No creoque debahacersedemasiado caso de un sondeo realizado
por la BBC en el que, según los votos de los radioyentes británicos,
Marx fue el más grande de todos los filósofos, pero si escribimos su
nombre en Google, comprobamos que sigue siendo la mayor de las
grandes presencias intelectuales, superado sólo por Darwin y Eins-
tein, pero muy por encima de Adam Smith y Freud.
En mi opinión, hay dos razones para elo. La primera es que el
fin del marxismo oficial de la URSS liberó a Marx de la identifica-
ción pública con el leninismo en teoría y con los regímenes leninistas
en la práctica. Quedó muy claro que todavía había muchas y buenas
razones para tener en cuenta lo que Marx tenía que decir acerca del
mundo. Sobre todo porque, y ésta es la segunda razón, el mundo ca-
pitalista globalizado que surgió en la década de 1990 era en aspectos
cruciales asombrosamente parecido al mundo anticipadopor Marx en
el Manifiesto comunista. Esto quedó patente con la reacción pública
en el 150 aniversario de este extraordinario panfleto en 1998, año de
intensa agitación de la economía global. Paradójicamente, esta vez
fueronlos capitalistas, nolossocialistas, quienes loredescubrieron: los
socialistas estaban demasiado desalentados para conceder demasiada
importancia a este aniversario. Recuerdo mi asombro cuando se me
acercó el editor de la revista de vuelo de United Airlines, de la que el
80 % de lectores debían de ser americanos en viaje de negocios. Yo
había escrito un artículo sobre el Manifiesto, y él pensaba que sus lec-
tores podían estar interesados en un debate acerca del mismo; ¿podía
utilizar fragmentos de mi artículo? Todavía quedé más sorprendido
cuando, en una comida, a finales de siglo o a principios del nuevo,
George Sorosmepreguntóqué pensaba yo deMarx. Sabiendolomu-
cho que divergían nuestras opiniones, quise evitar una discusión y le
di una respuesta ambigua. «Hace 150 años este hombre», dijo Soros,
«descubrió algo sobre el capitalismo que hemos de tener en cuenta».


Y era cierto. Poco después, escritores que nunca, por lo que yo sé, ha-
bían sido comunistas, empezaron a considerarlo con seriedad, como
en la nueva biografíay estudio de Marx deJacques Atali. Éste piensa
también que Karl Marx tiene mucho quedecir a aquelos que quieren
que el mundo sea una sociedad diferente y mejor de la que tenemos
hoy en día. Es bueno que nos recuerden que incluso desde este punto
de vista hemos de tener en cuenta a Marx en la actualidad.
Enoctubrede 2008,cuandoelFinancial Timeslondinense publi-
có el titular «Capitalismo en convulsión», ya no podía haber ninguna
duda de que había vuelto a la escena pública. Mientras el capitalis-
mo global siga experimentando su mayor conmoción y crisis desde
comienzos de los años treinta, no es probable que abandone dicho
escenario. Además, el Marx del siglo xxi sin lugar a dudas será muy
distinto del Marx del siglo xx.
Lo que la gente pensaba de Marx el siglo pasado estaba dominado
por tres hechos. El primero era la división entre países en cuya agenda
se encontraba la revolución, y los que no, es decir, a grandes rasgos,
los países de capitalismo desarolado del Atlántico Norte y regiones
del Pacífico y el resto. El segundo hecho se desprende del primero: la
herencia deMarx se bifurcó de forma naturalen unaherencia socialde-
mócrata y reformista y una herencia revolucionaria, dominadaabruma-
doramente por la revolución rusa. Esto se puso de manifiesto después
de 1917 a causa del tercer hecho: el derumbe del capitalismo decimo-
nónicoydela sociedad burguesadel sigloxix en loquehe denominado
la «era de la catástrofe», entre, aproximadamente, 1914 y finales de los
años cuarenta. Aquela crisis iba a servir para que muchos dudasen de
si el capitalismo podría recuperarse. ¿Acaso no estaba destinado a ser
reemplazado por una economía socialista tal como predijo el para nada
marxista Joseph Schumpeter en la década de 1940? De hecho, el capi-
talismo se recuperó,pero no en suantigua forma.Al mismo tiempo, en
la URSS la alternativa socialista parecía ser inmune al colapso. Entre
1929 y 1960 no parecía descabelado, ni siquiera para los numerosos no
socialistas que noestaban de acuerdo conlaparte política de estos regí-
menes, creer que el capitalismo estaba perdiendo fuele y que la URSS
estaba demostrando que podía superarlo. En el añodel Sputnik esto no
sonaba absurdo. Que sí lo era, se hizo harto evidente después de 1960. Estos acontecimientos y sus implicaciones en la política y la teo-
ría pertenecen al período posterior a la muerte de Marx y Engels. Se
encuentran más alá del alcance de la propia experiencia y valoracio-
nes de Marx. Nuestro juicio del marxismo del siglo xx no se susten-
ta en el pensamiento de Marx, sino en interpretaciones o revisiones
póstumas de sus obras. Como mucho, podemos alegar que a finales
de la década de 1890, durante lo que constituyó la primera crisis
intelectual del marxismo, la primera generación de marxistas, aque-
los que habían tenido contacto personal con Marx, o más probable-
mente con Frederick Engels, empezaban ya a debatir algunos de los
temas que serían relevantes en el siglo xx, especialmente el revisio-
nismo, el imperialismo y el nacionalismo. Gran parte de los debates
marxistas posteriores son específicos del siglo xx y no se encuentran
en Karl Marx, en particular la disputa sobre cómo podía o debería
ser en realidad una economía socialista, que surgió en gran medida de
la experiencia de las economías de guera de 1914-1918 y de las casi
revolucionarias o revolucionarias crisis de posguera.
Así pues, la afirmación de que el socialismo era superior al ca-
pitalismo como modo de asegurar el rápido desarrolo de las fuerzas
de producción no pudo haber sido pronunciada por Marx. Pertenece
a la era en que la crisis capitalista de entregueras se encaraba a la
URSS de los planes quinquenales. En realidad, lo que decía Karl
Marx no era que el capitalismo hubiera alcanzado los límites de su
capacidad para aumentar las fuerzas de producción, sino que el rit-
mo iregular del crecimiento capitalista provocaba crisis periódicas
de superpoblación que, tarde otemprano,se revelarían incompatibles
con el modo capitalista de levar la economía y generaría conflictos
sociales a los que no sobreviviría. El capitalismo era, por naturaleza,
incapaz de conformarla economía resultante de la producción social.
Ésta, suponía, sería necesariamente socialista.
Por consiguiente, no es de extrañar que el «socialismo» estuviera
en el centrode los debates y lasvaloracionesde KarlMarx delsiglo xx.
La razón de elo no era porque el proyecto de una economía socia-
lista sea específicamente marxista, que no lo es, sino porque todos los
partidos inspirados en el marxismo compartían este proyecto y los co-
munistas incluso se arogaban el haberlo instituido. Dicho proyecto,en su forma del siglo xx, está muerto. El «socialismo», tal como se
aplicó en la URSS y las otras «economíascentralmenteplanificadas»,
es decir, economías dirigidas teóricamente sin mercado, propiedad
del Estado y controladas por el mismo, han desaparecido y no re-
surgirán. Las aspiraciones socialdemócratas de construir economías
socialistas habían sido siempre ideales de futuro, pero incluso como
aspiraciones formales fueron abandonadas a finales de siglo.
¿Hasta qué punto era marxiano el modelo de socialismo que te-
nían en mente los socialdemócratas y el socialismo establecido por
los regímenes comunistas? En este aspecto, es fundamental destacar
que el propio Marx se abstuvo deliberadamente de hacer declaracio-
nes específicas acerca de las economías e instituciones económicas
del socialismo y no dijo nada sobre la forma concreta de la sociedad
comunista, excepto que no podía ser construida ni programada, sino
que evolucionaría a partir de una sociedad socialista. Estas observa-
ciones generales que hizo sobre el tema, como las de la Crítica del
programa de Gotha de los socialdemócratas alemanes, apenas propor-
cionaron una guía específica a sus sucesores, y éstos no se tomaron
en serio lo que consideraron que era un problema académico o un
ejercicio utópico hasta después de la revolución. Bastaba con saber
que estaría basada, para citar la famosa «cláusula IV» de la constitu-
ción del Partido Laborista,«enla propiedad común de los medios de
producción», alcanzable, según interpretación general, mediante la
nacionalización de las industrias del país.
Curiosamente, la primera teoría de una economía socialista
centralizadanofue elaborada por socialistas,sino por un economis-
ta italiano no socialista, Enrico Barone, en 1908. Nadie más pensó
en ela antes de que la cuestión de nacionalizar las industrias priva-
das saltara a la agenda de la política práctica al final de la primera
guera mundial. En aquel momento, los socialistas se enfrentaron a
sus problemas sin estar preparados y sin guía alguna del pasado ni
de ningún tipo.
La «planificación» está implícita en cualquier clase de economía
socialmentegestionada,pero Marx nodijonada concretoalrespecto,
y cuando se puso en práctica en la Rusia soviética después de larevo-
lución,tuvo que ser en granparteimprovisada. Teóricamentese hizo ideando conceptos (como el análisis de entrada-salida de Leontiev)*
y proporcionando estadísticas relevantes. Estos mecanismos serían
más tarde ampliamente asumidos por economías no socialistas. En
la práctica se levó a cabo imitando las igualmente improvisadas eco-
nomías de guera de la primera guerra mundial, especialmente la
alemana, quizá prestando especial atención a la industria eléctrica
sobre la que Lenin fue informado por simpatizantes políticos entre
los ejecutivos de las empresas eléctricas alemanas y americanas. La
economía de guera constituyó el modelo básico de la economía so-
viética planificada, es decir, una economía que se propone a priori
ciertos objetivos —industrialización ultrarrápida, ganar una guera,
fabricar una bomba atómica o levar al hombre a la luna— y des-
pués planifica cómo alcanzarlos destinando recursos sea cual fuere el
coste a corto plazo. No hay nada exclusivamente socialista en elo.
Trabajar para objetivos establecidos a priori puede hacerse con más
omenossofisticación, pero la economíasoviéticanunca fue más alá
de esto. Y a pesar de que lo intentó a partir de 1960, nunca pudo
salir del círculo vicioso implícito de tratar de ajustar los mercados a
una estructura burocrática dirigida.
La socialdemocracia modificó el marxismo de modo distinto,
bien posponiendo la construcción de una economía socialista, bien,
de modo más positivo, concibiendo diferentes formas de una econo-
mía mixta. Elhecho deque los partidos socialdemócratas se compro-
metieran a crear una economía totalmente socialista implicaba cierta
reflexión sobre el tema. El pensamiento más interesante provino de
pensadores nomarxianoscomolos fabianos Sidney y BeatriceWebb,
que pronosticaron una transformación gradual del capitalismo hacia
el socialismo a través de una serie de reformas ireversibles y acumu-
lativas, dotando así de pensamiento político a la forma institucional
del socialismo, aunque no a sus operaciones económicas. Elprincipal
«revisionista» marxiano, Eduard Bernstein, afinó el problema insis-
tiendo en que el movimiento reformista lo era todo y que el objetivo
final no tenía realidad práctica. De hecho, la mayoría de los partidos
socialdemócratas que se convirtieron en partidos de gobierno des-pués de la primera guera mundial se conformaron con la política
revisionista, dejando que la economía capitalista operase para satis-
facer las exigencias del trabajo. El locus clasicus de esta actitud fue El
futuro del socialismo de Anthony Crosland (1956), que esgrimía que
ya que elcapitalismo posterior a 1945 había solucionado el problema
de producir una sociedad de la abundancia, la empresa pública (en la
forma clásica de nacionalización o de otro modo) no era necesaria y
la única tarea de los socialistas era la de garantizar una distribución
equitativa de la riqueza nacional. Todo esto estaba muy alejado de
Marx, y por supuesto de los objetivos tradicionales de los socialistas
hacia un socialismo como sociedad básicamente no mercantil, que
probablemente también Karl Marx compartía.
Permítanme añadir solamente que el reciente debate entre neo-
liberales económicos y sus críticos sobre el papel de las empresas pú-
blicas y del Estado, en principio, no es un debate específicamente
marxista y ni siquiera socialista. Descansa en el intento desde la dé-
cada de 1970 de trasladar una degeneración patológica del principio
de laisez-faire a la realidad económica mediante el repliegue siste-
mático de los estados ante cualquier regulación o control de las acti-
vidades de empresas lucrativas. Este intento de transferir la sociedad
humana al mercado (supuestamente) autocontrolado que maximiza
la riqueza e incluso el bienestar, poblado (supuestamente)por actores
en busca de sus propios intereses, no tenía precedente en ninguna
fase anterior del desarrolo capitalista en ninguna economía desaro-
lada, ni siquiera en EE.UU. Era una reductio ad absurdum de lo que
sus ideólogos leyeronen AdamSmith,igual que lo era la equivalente
economía dirigida extremista dela URSSplanificada al cienpor cien
por el Estado de lo que los bolcheviques leyeron en Marx. No es de
sorprender que este «fundamentalismo de mercado», más cercano a
la ideología que a la realidad económica, también fracasase.
La desaparición de las economías estatales de planificación
centralizada y la práctica desaparición de una sociedad fundamen-
talmente transformada de las aspiraciones de los desmoralizados
partidos socialdemócratas han eliminado muchos de los debates
del siglo xx sobre el socialismo. Estaban en cierto modo alejados del
pensamiento del propio Karl Marx, aunque en gran medida inspi-rados en él y levados a cabo en su nombre. Por otro lado, a tra-
vés de sus obras Marx continuó siendo una enorme fuerza en tres
aspectos: como pensador económico, como historiador y analista, y
como el reconocido padre fundador (con Durkheim y Max Weber)
del pensamiento moderno sobre la sociedad. No estoy cualificado
para expresar una opinión acerca de su duradera, pero sin duda seria,
trascendencia como filósofo. Indudablemente, lo que nunca perdió
importancia contemporánea es la visión de Marx del capitalismo
como una modalidad históricamente temporal de la economía hu-
mana y su análisis del modusoperandi de éste, siempre en expansión
y concentración, generando crisis y autotransformándose.


II

¿Cuál es la trascendencia de Marx en el siglo xxi? El modelo tipo
soviético desocialismo, hasta ahora el único intento de construir una
economía socialista, ya no existe. Por otro lado, ha habido un enor-
me y acelerado proceso de globalización y la mera capacidad de los
humanos de generar riqueza. Esto ha reducido el poder y el alcance
de la acción económica y social de los Estados-nación y, por consi-
guiente, las políticas clásicas de los movimientos socialdemócratas,
que dependían fundamentalmente de forzar reformas a los gobier-
nos nacionales. Dada la prominencia del fundamentalismo de mer-
cado, éste ha generado también desigualdades económicas extremas
dentro de los países y entre regiones y ha traído denuevo el elemen-
to de catástrofe al ritmo cíclico básico de la economía capitalista,
incluyendo lo que se convirtió en la crisis global más grave desde la
década de 1930.
Nuestra capacidad productiva ha hecho posible, al menos poten-
cialmente, que la mayoría de los humanos pase del reino de la nece-
sidad al reino de la opulencia, educación e inimaginables opciones de
vida, aunque gran parte de la población mundial todavía no haya in-
gresado en él. No obstante, durante gran parte del siglo xx los movi-
mientos y regímenes socialistas operaban todavía fundamentalmente
en este reino delanecesidad, incluso en lospaísesricosde Occidente,donde emergió una sociedad de holgura popular en los veinte años
posteriores a 1945. Sin embargo, en el reino de la opulencia el ob-
jetivo de una adecuada alimentación, ropa, vivienda, empleos que
proporcionen un salario y un sistema de bienestar para la protección
de las personas frente a los avatares de la vida, aunque necesario, ya
no es un programa suficiente para los socialistas.
Un tercer acontecimiento resulta negativo. Puesto que la espec-
tacular expansión de la economía global ha minado el entorno, la
necesidad de controlar el crecimiento económico ilimitado se hace
cada vez más acuciante. Hay un conflicto patente entre la necesi-
dad de dar marcha atrás o por lo menos de controlar el impacto de
nuestra economía sobre la biosfera y los imperativos de un mercado
capitalista: máximo crecimiento continuado en busca de beneficios.
Éste es el talón de Aquilesdel capitalismo. Actualmente nopodemos
saber cuál será la flecha mortal.
Así pues, ¿cómo hemos de ver a Karl Marx hoy en día? ¿Como
unpensador paratoda la humanidad yno sólo para una partede ela?
Evidentemente. ¿Como un filósofo? ¿Como un analista económico?
¿Como padre fundador de la moderna ciencia social y guía para la
comprensión de la historia humana? Sí, pero lo importante de él, y
que Atali ha subrayado con toda razón, es la magnitud universal de
su pensamiento. No es «interdisciplinar» en el sentido convencional,
sino que integra todas las disciplinas. Como escribe Atali, «los filó-
sofos anteriores a él pensaron en el hombre en su totalidad, pero él
fue el primeroen aprehenderelmundo ensu conjunto, quees ala vez
político, económico, científico y filosófico».
Es perfectamente obvio que mucho de lo que escribió está ob-
soleto, y parte de elo no es, o ya no es, aceptable. También es evi-
dente que sus obras no forman un corpus acabado, sino que son,
como todo pensamiento que merece este nombre, un interminable
trabajo en curso. Nadie va ya a convertirlo en dogma, y menos en
una ortodoxia institucionalmente apuntalada. Esto sin duda habría
sorprendido al propio Marx. Pero deberíamos rechazar también la
idea de que hay una aguda diferencia entre un marxismo «correcto»
y un marxismo «incorecto». Su forma de investigar podía producir
diferentes resultados y perspectivas políticas. De hecho así sucedió conel propio Marx, que imaginaba unaposible transición pacífica al
poder en Gran Bretaña y los Países Bajos, y la posible evolución de
la comunidad rural rusa al socialismo. Kautsky e incluso Bernstein
fueron herederos de Marx tanto (o, si se prefiere, tan poco) como
Plekhanov y Lenin. Por este motivo soy escéptico respecto a la dis-
tinción de Atali entre un verdadero Marx y una serie de posteriores
simplificadores o falsificadores de su pensamiento: Engels, Kautsky
y Lenin. Fue tan legítimo para los rusos, los primeros lectores aten-
tos de El capital, interpretar su teoría como un modo de empujar
países como el suyo desde el atraso hacia la modernidad a través
de un desarolo económico de tipo occidental como lo era para el
propio Marx especular acerca de si una transición directa al socia-
lismo no podía producirse sobre la base de la comuna rural rusa. En
todo caso, probablemente estaba más acorde con la trayectoria
general del pensamiento del propio Karl Marx. El argumento en con-
tra del experimento soviético no era que el socialismo sólo podía
construirse después de que el mundo entero hubiera pasado primero
por el capitalismo, que no es lo que dijo Marx, ni puede afirmarse
con seguridad que lo creyera. Era empírico. Rusia estaba demasiado
atrasada como para producir otra cosa que una caricatura de una
sociedad socialista, «un imperio chino de rojo» como según dicen
advirtió Plekhanov. En 1917 éste habría sido el abrumador consen-
so de todos los marxistas, incluyendo también a la mayoría de mar-
xistas rusos. Por otro lado, el argumento en contra de los lamados
«marxistas legales» de la década de 1890, que adoptaron el criterio
de Atali de que la tarea principal de los marxistas era desarrolar un
floreciente capitalismo industrial en Rusia, también era empírico.
Una Rusia capitalista liberal tampoco surgiría bajo el zarismo.
Sin embargo, hay una serie de características esenciales del aná-
lisis de Marx que siguen siendo válidas y relevantes. La primera,
obviamente, es el análisis de la iresistible dinámica global del desa-
rolo económico capitalista y su capacidad de destruir todo lo ante-
rior, incluyendo también aquelos aspectos de la herencia del pasado
humano de los que se benefició el capitalismo, como por ejemplo las
estructuras familiares. La segunda es el análisis del mecanismo de
crecimiento capitalista mediante la generación de «contradicciones»
internas: interminables arebatos de tensiones y resoluciones tempo-
rales, crecimiento abocado a la crisis y al cambio, todos produciendo
concentración económica en una economía cada vez más globaliza-
da. Mao soñaba con una sociedad constantemente renovada a través
de una incesante revolución; el capitalismo ha hecho realidad este
proyecto mediante el cambio histórico a través de lo que Schumpe-
ter (siguiendo a Marx) denominó la interminable «destrucción crea-
tiva». Marx creía que este proceso conduciría finalmente —tendría
que conducir— a una economía enormemente concentrada, que es
exactamente a lo que Atali se refería cuando en una entrevista re-
ciente dijo que el número de personas que deciden lo que sucede
en ela es del orden de 1.000, o como mucho de 10.000. Marx creía
que esto conduciría a la sustitución del capitalismo, una predic-
ción que todavía me suena plausible, aunque de modo distinto al que
Marx anticipó.
Por otro lado, su predicción de que tendría lugar mediante la
«expropiación de los expropiadores» a través de un vasto proleta-
riado que conduciría al socialismo no estaba basada en su análisis
del mecanismo del capitalismo, sino en diferentes suposiciones a
priori. Como mucho se basaba en la predicción de que la indus-
trialización produciría poblaciones empleadas en su mayoría como
asalariados manuales, tal como estaba sucediendo en Inglatera en
aquela época. Esto era bastante corecto como predicción a medio
plazo, pero no, como bien sabemos, a largo plazo. Después de la
década de 1840 tampoco esperaban Marx ni Engels que el capi-
talismo provocase el empobrecimiento políticamente radicalizador
que anhelaban. Como era obvio para ambos, grandes sectores del
proletariado no se estaban empobreciendo en absoluto. De hecho,
un observador americano de los congresos sólidamente proletarios
delPartido Socialdemócrata Alemán enla década de 1900 reparó en
que los camaradas tenían el aspectode estar «una bara de pan o dos
porencima dela pobreza». Por otro lado, el evidente crecimiento de
la desigualdad económica entre diferentes partes del mundo y entre
clases no produce necesariamente la «expropiación de los expropia-
dores» de Marx. En pocas palabras, en su análisisse leían esperanzas
en el futuro, pero no derivaban del mismo.
La tercera característica es mejor ponerla en palabras de sir John
Hicks, galardonado con el premio Nobel de Economía. «La mayoría
de aquelos que desean establecer un curso general de la historia», es-
cribió, «utilizarían las categorías marxistaso unaversión modificada de
las mismas, puesto que hay pocas versiones alternativas disponibles».
No podemos prever las soluciones de los problemas a los que se
enfrenta el mundo en el siglo xxi, pero para que haya alguna posibi-
lidad de éxito deben plantearse las preguntas de Marx, aunque no se
quieran aceptar las diferentes respuestas de sus discípulos.

Otros libros del autor