Como dice el autor en su prólogo de manera muy acertada, el arte nos sitúa ante nosotros mismos: ya sea como testimonio histórico, ya sea como faro (la metáfora es de Baudelaire) que nos ilumina y proyecta posibilidades de ser. Es natural y evidente que a lo largo de la historia cambiamos, del mismo modo cambian las imágenes de nosotros mismos: el arte es un testigo excepcional para seguir esas transformaciones. Al mismo tiempo que nos ofrece un conocimiento universal o, si se prefiere, universalizable, de la condición humana, nos permite comprendernos, interpretarnos y comunicarnos.
Actualmente sabemos por las neurociencias (Antonio Damasio, Oliver Sacks, David Eagleman) lo que desde las artes se ha intuido desde siempre: que a través de las emociones y de las pasiones se despiertan conocimientos, que sin ellas estaríamos más ciegos y más sordos de lo que estamos.