Entre 1838 y 1852, Estados Unidos sufrió una transformación fundamental que se venía gestando desde décadas atrás. Fue la era del Destino Manifiesto, esa convicción muy arraigada entre los norteamericanos de aquella época de que la expansión de sus fronteras hasta las costas del Pacífico era un mandato divino, aunque ello significara apropiarse por la fuerza del territorio de una nación vecina. Su consecuencia fue la anexión de Texas (1845) y la guerra con México (1846-1848). Esta guerra, de la que los norteamericanos salieron victoriosos, no sólo le significó a México la pérdida de la mitad de su territorio sino que también marcó el nacimiento de Estados Unidos como una republica imperial. Hasta entonces, los norteamericanos nunca habían recurrido a las armas para engrandecer su territorio.