A partir del golpe de 1976 el sanguinario Golem castrense se volvió contra su sorprendido creador eclesiástico: asesinó a obispos; secuestró, torturó y ejecutó a curas, seminaristas y laicos; prohibió ediciones de la Biblia y el catecismo; allanó colegios católicos y arrestó a sus docentes. Mariano Grondona rogó entonces a obispos y generales que no pusieran a las clases dominantes en la obligación de elegir, porque #la Argentina es católica y militar# y un conflicto abierto #desgarraría a la Nación entre dos de sus partes constitutivas#. Este libro da cuenta del doble juego al que ambas partes recurrieron para satisfacer esa exigencia. Verbitsky penetra, con una irrefutable documentación eclesiástica, diplomática y militar, en la intimidad del ancho medio eclesial: los moderados como el Nuncio Laghi, que jugaba al tenis con Massera; el presidente del Episcopado, Primatesta, que, según acredita el autor, entregó al gobierno listas de profesores y alumnos de colegios religiosos que luego fueron secuestrados; o los obispos Laguna y Galán, que se sentaron a la mesa con delegados de la Junta Militar cada mes de la interminable dictadura, pese a la conciencia que tenían de la inutilidad de esos almuerzos. Por primera vez se establece fuera de toda duda el conocimiento minucioso que el Episcopado siempre tuvo sobre la política de desaparición de personas de la dictadura. En parte por miedo y en parte por la ideología compartida de la seguridad nacional, la Conferencia Episcopal Argentina omitió denunciarla y confraternizó con los verdugos, mientras se negó a recibir a los familiares de las víctimas que, como el coro de la conciencia ciudadana, hicieron trágico contrapunto a las reuniones episcopales, cuyos secretos más horrendos revela Verbitsky en estas páginas.