Y de todas las figuras y de todos los viajes, llegué a admirar principalmente la hazaña del hombre que, a mi sentir, realizó la más grande proeza en la historia de la exploración de la Tierra: Fernando de Magallanes, quien salió con cinco minúsculos cúteres de pescadores, de Sevilla, para dar la vuelta al mundo, la odisea más espléndida en la historia de la humanidad, aquella partida de doscientos sesenta y cinco hombres decididos, de los que luego sólo regresaron dieciocho en un galeón carcomido, pero con la bandera de la mayor victoria izada en el mástil. No había mucha información en aquellos libros sobre él; de todos modos, no la suficiente para mí. Por eso, al volver de mi viaje, leí e indagué más, sorprendido de lo poco digno de fe que se ha escrito hasta ahora acerca de esta proeza admirable. Y, como otras veces, reconocía la mejor y la más fértil posibilidad de explicarme algo que a mí mismo me resultaba inexplicable, dándole forma y explicándolo a otros. Así nació este libro, puedo decir, sinceramente, que ante mi propia sorpresa. Pues mientras presentaba esta nueva odisea, de acuerdo con todos los documentos disponibles, todo lo más fielmente, me embargaba sin cesar la extraña sensación de contar algo ideado, uno de los grandes sueños anhelantes, uno de los sagrados cuentos de la humanidad. Pero nada hay mejor que una verdad que impresiona como algo improbable. A los más grandes hechos heroicos de la humanidad siempre les queda pegado un algo inconcebible, porque se elevan tan enormemente sobre el término medio terrestre; pero siempre la humanidad reconquista su fe en sí misma sólo por lo increíble que ha realizado.