Una serie de asesinatos mantiene en vilo al departamento de policía de Washington. Uno tras otro, los cadáveres de mujeres rubias y de complexión ligera aparecen en distintos puntos de la ciudad. Ninguno de ellas presenta signos de violencia. El arma homicida siempre es la misma, un amito, una prenda marcada con una cruz que los sacerdotes católicos utilizan para celebrar la misa y que el asesino utiliza para estrangular a sus víctimas. Sobre los cuerpos, una nota: «Su pecado le es perdonado». Ningún otro vínculo, social o familiar, parece relacionar las distintas muertes. Sin más pistas a las que aferrarse, la policía no tiene más remedio que colaborar con la distante y prestigiosa psiquiatra Tess Court, quien no tarda en trazar el perturbador cuadro clínico de un alma torturada. Pero al inspector le importa bien poco la psique del asesino. Lo que le importa, muy a su pesar, es esa mujer fría y calculadora que no para de desafiarle con sus ridículas teorías y sus absurdos consejos. El peligroso juego de atracción y deseo en el que ambos se embarcan no les deja ver lo que resulta evidente: Tess es rubia. Tess es frágil. Y su nombre aparece en la lista de un hombre que solo tiene una misión: salvarla de sus pecados.