¿Por qué no pasan los 70? ¿Cómo se activan hoy esos años traumáticos, marcados por la militancia revolucionaria y la barbarie dictatorial? Cuando vuelven, ¿vuelven como un pasado que puede aportar perspectiva para entender los dilemas de este tiempo, o como un material que resulta banalizado o utilizado en la disputa política y partidaria? ¿Cómo entender las reacciones al fallo de la Corte que abría el camino al 2x1 para procesados por delitos de lesa humanidad, los argumentos a favor y en contra del nombramiento de César Milani como jefe del Ejército, la normativa provincial que obliga a anteponer el número "30 000" a la mención de los desaparecidos? ¿Y cómo entender sin quedar capturados por la frivolidad y la ligereza de algunos, o por el dogmatismo de otros, que tildan de negacionista cualquier atisbo de debate historiográfico?
En este libro, que asume el riesgo de pensar sin concesiones (a la polarización ideológica, a los pronunciamientos oportunistas, al tabú de lo políticamente correcto), Claudia Hilb interroga nuestra relación con los setenta, en especial las zonas grises o ambiguas que a las visiones extremas no les interesa captar. Así, se pregunta por los límites de la ley para juzgar actos atroces, tan atroces que parecen estar más allá de la comprensión humana. También, por los límites de la culpa y por la posibilidad de establecer distinciones entre conductas criminales, de responsables o subordinados, y conductas guiadas por la cobardía, el miedo, la indiferencia. Explora además las ideas de perdón y reconciliación, y las condiciones para que una escena semejante no se convierta en la exoneración liviana de los responsables. Y examina el vínculo entre norma y excepción a partir del caso Milani, en el que lee contradicciones que vale la pena analizar.
Con afán de alimentar un debate en serio, sostenido sobre el legado del Nunca Más y la condena sin reservas a la dictadura, Claudia Hilb ha escrito un libro lúcido y valiente, que no reproduce convicciones automatizadas sino que invita a repensar los setenta, porque las generaciones más jóvenes merecen un legado plural, rico, con certezas fuertes pero también con espacio para las preguntas.