El autor examina la dimensión cultural, política y social de este período. Votar supone prácticas electorales, modos de representación, lenguajes políticos y redes clientelares específicas, que en algún punto se superponen con redes e instituciones de la sociedad. Su institución más característica, la Sociedad de fomento, expresa el nuevo modo de habitar la ciudad y de construirla de manera material y simbólica en el barrio, donde campea el vecino consciente, comprometido con su progreso edilicio y cultural. Son mundos en principio separados, pues el apoliticismo es un valor para los fomentistas, pero que se cruzan de muchas maneras: caracterizados políticos presiden instituciones barriales, surgen partidos vecinalistas o las sociedades de fomento se erigen en representantes políticos de los ciudadanos, como ocurrió durante las discusiones sobre las concesiones eléctricas de 1936. Esta compleja convivencia dura hasta la clausura del Concejo Deliberante en 1941; la falta de protestas anunciaba ya la callada gestación de nuevas formas de organización social y de representación política.