Autores Destacados
Biografía
Francis Scott Key Fitzgerald (Saint Paul, Minnesota, 24 de septiembre de 1896 - Hollywood, California, 21 de diciembre de 1940), fue un novelista estadounidense de la «época del jazz».
Su obra es el reflejo, desde una elevada óptica literaria, de los problemas de la juventud de su país en los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial. En sus novelas expresa el desencanto de los privilegiados jóvenes de su generación que arrastraban su lasitud entre el jazz y la ginebra (A este lado del paraíso, 1920), en Europa en la Costa Azul (Suave es la noche, 1934), o en el fascinante decorado de las ciudades estadounidenses (El gran Gatsby, 1925).
Su extraordinaria Suave es la noche, narra el ascenso y caída de Dick Diver, un joven psicoanalista, condicionado por Nicole, su mujer y su paciente. El eco doloroso de la hospitalización de su propia mujer, Zelda, diagnosticada esquizofrénica en 1932, es manifiesto. Este libro define el tono más denso y sombrío de su obra, perceptible en muchos escritos autobiográficos finales.
En el mismo momento en que el coche de Llewellyn dobló por la esquina y él vio la casa, se le hizo un nudo en la garganta. Aquello era obra suya; su mente era la que la había dado vida. De pronto comprendió que no iba a venderla, que la quería más que a cualquier otra cosa en el mundo. Para él significaba lo que hubiera podido significar el amor, algo cálido y brillante donde refugiarse de las frustraciones que la vida pensara reservarle. Y, al contrario que el amor, no escondía ninguna trampa. Su carrera se extendía ante él como un sendero fulgurante y por primera vez en varios meses estaba radiante de felicidad. Asistió, aturdido, a los discursos y las felicitaciones. Cuando se adelantó para expresar un agradecimiento caluroso y balbuceante, ni siquiera la imagen de Lucy junto a otro hombre en el borde de la muchedumbre le produjo la punzada que hubiera sentido un mes antes. Aquello pertenecía al pasado y lo único que importaba era el futuro. Deseó con todo su corazón, sin ninguna clase de reservas, que fuese feliz. Después, cuando la multitud se disolvió, sintió la necesidad de quedarse solo. Todavía sumido en una especie de trance, entró nuevamente en la casa y recorrió las habitaciones, tocando con una mano acariciadora las paredes, los muebles, los marcos de las ventanas. Abrió las cortinas y miró hacia afuera; se demoró un rato en la cocina y le pareció ver la manteca y el pan frescos sobre la madera clara de la mesa, oír el murmullo de la tetera sobre la hornalla. De nuevo en la sala de estar, recordó haber proyectado que el sol de la tarde entrara por la ventana tal como lo hacía, y en el dormitorio observó que la brisa hacia ondear el borde de una cortina, como si hubiera alguien viviendo allí. Pensó que aquella noche dormiría en esa habitación. Compraría algo en la tienda de la esquina para prepararse una cena fría. Le daban pena todos los seres que no eran arquitectos y no podían construirse sus propias casas y deseó haber colocado cada tabla y cada piedra con sus propias manos. Cayó el crepúsculo de septiembre. Al volver de la tienda colocó las compras sobre la mesa del comedor: pollo asado, pan, mermelada y una botella de leche. Comió muy despacio, después se reclinó sobre la silla y fumó un cigarrillo dejando vagar la mirada por las paredes. Eso era el hogar.