Suena el despertador y una novela comienza. La novela en que los personajes deben cumplir el homenaje rutinario de estar vivos. De ahí en más, la serie aplicada y definitiva de lo cotidiano: una novela no es un tratado de filosofía. Es acción, intriga, locura. Irse, como pedían los poetas del amor y la furia. Huir. Tras la tranquilidad aparente con la que los hechos ocurren, la autora descubre en esta narración el lirismo notable de la aventura, el hilo tenso con que la vida va proyectando sus espejismos líricos, el mundo real que habita la ficción, esperanzadamente. Con rabia, con emoción, con alegría, con horror y con calma, Desencanto encuentra, respirando literatura, una forma singular y atractiva: el ritmo novedoso pero no sorpresivo, regular pero no monótono de contar una historia en la que permanecen, entre la existencia y el anhelo, los elementos con nombre propio más importantes de la vida.