A Alejandra no le gusta cómo suena su nombre completo. No entiende la Navidad y lo único que le gusta del frío es que la abracen. Pero por ahora sólo lo hace su gata, porque mientras lleva tiempo colgada de una vendedora de libros, a la cual sólo mira por encima de los que hojea para comprar, no deja de repetirse que ha dejado de creer en el amor o, quizás, en su amor propio, pero eso es algo que no quiere ver. Un accidente hace tambalear su presente y su confianza, teniendo la repetida sensación de no saber si lo que está sintiendo es amor, dependencia emocional o, simplemente, el miedo inexplicable que nos provoca la verdad cuando la tenemos delante de los ojos.