El pueblo de Ramayoc, cada día más solo y despoblado, permanece envuelto en el polvo que se levanta y se desvanece en el cielo blanco. Pero en ese silencio devastado florecen, como los durazneros, las historias. Los encargados de contarlas, en diálogos íntimos, en la oscuridad de las casas, son dos: Rosendo López, contraventor de la ley, eterno preso que presta humildes servicios, y el señor Comisionado, comisario, juez de paz y encargado del Registro Civil. Dos son también los protagonistas ausentes de esas historias hechas de fragmentos borrosos, de visiones, de versiones cruzadas, de recuerdos de recuerdos: Ubenceslado Corimayo, bandido de Coranzulí, y Don Pelayo, el profeta itinerante, el hombre de dimensiones misteriosas y un atributo principal: el Libro. Y a través de los sucesos, los escenarios y los personajes, la presencia flotante del tiempo, ese río incesante que "debe interesarnos a todos nosotros, tan afligidos de soledad". La crítica ha dicho... «Con una prosa que por momentos roza la poesía, esta novela demuestra una vez más la capacidad de Tizón de construir universos a través de historias sencillas» Javier Cuismano, Diario Uno «Con su oído aguzado el escritor capta el habla de los aborígenes y los outsiders para remarcar los contrastes, y se percibe la intención de escaparle al pintoresquismo» Pablo Farías, La Prensa