«Se dice que los jóvenes están llenos de vida. Pero los adultos y los viejos también», dice Sergio Sinay en este libro en el que nos invita a repensar las etapas que constituyen la segunda mitad de la vida. Mientras la vida de los jóvenes es promesa, la de las personas maduras es realidad y experiencia. Sin embargo, la madurez y la vejez no se nombran, como si en el acto de decirlas, asomara una decadencia radical y definitiva. ¿Pero cómo quitarse años sin corroer el auténtico bagaje, el capital de recuerdos y vínculos que fuimos atesorando durante toda la vida? ¿Y cómo cumplir un ciclo existencial con sentido, si nos negamos a vivir las experiencias que lo completan y en las que podemos encontrar el valor y el significado de nuestro aporte a la vida? En estos tiempos, el imperativo es mantener esa juventud a cualquier precio: un envase en apariencia inalterable en el que se resguarda una emocionalidad y una vida espiritual que ansía restar y no sumar años. Pensemos la madurez y la vejez, nos dice Sinay, para pensarnos mejor como individuos plenos. Celebremos los cincuenta, los sesenta, los setenta y más, porque son el resultado de haber vivido, con todo lo que ello implica. Nada menos que de haber vivido y seguir viviendo.