Maximilian von Altenberg es un ingeniero austríaco que viaja a Sarajevo en invierno de 1997, y en una taberna escucha una antigua balada cantada por Masha Dizdarevic -«la tártara, la de ojos grandes y fémures largos»- cuya belleza lo deja prendado. Masha es austera y salvaje, espléndida e inaccesible. La poderosa atracción es mutua, pero Max debe regresar a Austria y, por más que intenta volver a Sarajevo lo antes posible, pasan tres años, los tres fatídicos años de los que hablaba la balada que cantó Masha, «Membrillos amarillos de Estambul» -«uno de esos cantos desesperados, destilaciones de melancolía, que sólo el Danubio sabe evocar»-, historia de una pasión desdichada que, como en un juego de espejos, ambos parecen condenados a repetir. Cuando por fin se produce el reencuentro, Masha está gravemente enferma, pero el amor florece y se levanta un viento que arrebata el alma y los sentidos, que concita las lágrimas y los sueños. A partir de ese momento, comienza una aventura más allá de la tristeza que llevará a Max a los lugares mágicos de Masha, en un viaje que es rito, descubrimiento y renacer.
El membrillo de Estambul es una obra bellísima e inclasificable, que aúna la épica de las grandes historias y el ritmo de la balada, una novela-canción singular y fascinante como los relatos que se cuentan alrededor del fuego y viajan luego de boca en boca, cruzando épocas y fronteras.