Son los nuestros tiempos recios para cuantos se preocupan por la moral. Y no porque no esté de moda, que es todo lo contrario: todos se hacen lenguas de ella, tal vez porque nuestra vida pública alardea de lo que carece. Sino porque incluso los que tienen su estudio por profesión -los éticos- parecen empeñados en disolverla.(*CR*)Postmodernos y premodernos han sentado en el banquillo de los acusados al orden moral creado por la Modernidad, que intentaba dar razón de la autonomía personal, los derechos humanos y el compromiso esperanzado en lograr una humanidad reconciliada. prudentes sociólogos, tenidos por neoconservadores, aconsejan el retorno a la religión civil. E incluso los éticos que dicen defender tal orden moral -los utilitaristas y los campeones de la ética discursiva- están haciendo de él un cálculo o adelgazándolo en derecho y política.(*CR*)La pobre ética, que ya perdió sus supuestos -Ética sin metafísica, Ética sin religión han llevado por título algunos libros-, se está quedando sin objeto: se está quedando sin moral.(*CR*)¿Tenemos que hablar, pues, de una época "postmoral", a la que bastan el derecho y la política para resolver los conflictos y hacer a los hombres felices, o se merece el sufrido contribuyente un orden moral en el que confiar?(*CR*)Dialogando con las distintas éticas actuales intenta la nuestra llevar adelante la moral moderna, base legitimadora de una democracia auténtica, que tiene por claves la autonomía personal y la solidaridad social.