María frecuenta el Parque Las Heras. Allí lee, escribe, convoca a sus "fantasmas" y va entrelazando su vida con las de otros visitantes habituales o pasajeros, seres a la vez laterales y arquetípicos de un país en crisis y de "un siglo atroz que todavía no terminó". La autora evoca lugares que ha visitado, personas que ha conocido, libros leídos; convoca amores, amigos y maestros; conjura terrores y pesadillas; confiesa sueños y secretos, celebra la belleza. Y lo hace con su espíritu inconfundible y entrañable: lúcido, contestatario, irónico, pleno de una recóndita ternura y una honestidad brutal.