El problema que plantean al biógrafo la vida y la obra de Freud, y todo lo que desde hace un siglo ha sido archivado bajo ese nombre, no tiene precedente alguno en la historia. Todo lo que constituye los datos de una biografía: la memoria, el testimonio, el archivo, las condiciones de su guarda, los sitios de conservación en huellas manuscritas o impresas y sobre todo en los vestigios de una escritura psíquica individual, transindividual y transgeneracional, habrá sido el objeto mismo de lo que desde Freud se llama el psicoanálisis.
Desde entonces, quien hable de Freud, quiéralo o no, sépalo o no, se expresa a través de esas marcas dejadas en él, en su cultura, en su manera de pensar, en su estilo, por las huellas de la puesta en suspenso del sentido que desde hacía siglos se había dado el hombre de la consciencia de sí mismo, de su historia, de sus creencias, de su destino. Pero no sólo eso: la implicación del biógrafo y de su deseo en el espacio que podía aspirar a objetivar acerca de la historia de una vida que no es la suya, de una vida tan íntimamente unida al objeto de sus descubrimientos, no puede sino reflejar la manera en que se estructura, se implementa, se determina para él mismo la memoria, al haberse convertido a su vez en lugar de archivo, librado a sus propios olvidos, reordenamientos y desplazamientos. Además, el proyecto freudiano, en su efectuación, transforma el estatuto mismo del objeto del historiador, sus métodos de lectura y descifrado, su concepción de la "verdad histórica".