El pensamiento de Bergson conoció su hora de gloria a principios del siglo XX, mucho más allá de la filosofía universitaria. Toda una generación, junto con él, adhirió a la idea de que "la filosofía debía ser un esfuerzo por trascender la condición humana" y se reconoció en el concepto de impulso vital. Su obra pudo apoyar conversiones al catolicismo y ser puesta en el índice por Roma así como inspirar la recomposición del marxismo, sin por ello dejar de ser denunciada como un alarde filosófico al servicio de los intereses de la clase burguesa. En fin, apoyar los conservadurismos e inspirar a los no-conformistas.
Cincuenta años más tarde, el dispositivo conceptual bergsoniano pareció estar definitivamente agotado y pasado de moda, bajo los golpes del existencialismo reinante y de la idea reguladora de lo inabordable de la condición humana. Sin embargo hoy, el bergsonismo renace de entre sus cenizas. Tal vez porque el horizonte de la filosofía en Francia se mantiene entre dos tradiciones: aquella de la filosofía de la vida y del devenir, que postula una identidad del ser y del cambio, que iría desde Bergson hasta Deleuze; y aquella de la filosofía del concepto apoyado en las matemáticas, una filosofía del pensamiento y de lo simbólico, que va desde Brunschvicg hasta Lévi-Strauss, Althusser o Lacan.
Este libro busca medir el carácter inactual del bergsonismo, en las tres direcciones de una filosofía para nuestro tiempo: en su influencia sobre la cultura y las artes, en sus procesos de desterritorialización/reterritorialización y en el diálogo de una orilla a la otra del Atlántico.