Anarquistas, punks o terroristas con sed de caos y disgregación social. Parece el titular de la portada de un periódico sepia por la pátina del tiempo pero sucedió hace apenas tres meses, cuando en la previa de la cumbre del G20 en Buenos Aires el gobierno ordenó una redada en casas okupas y bibliotecas libertarias de la ciudad.
El resultado de la pesquisa fue la militarización de la ciudad, un territorio sitiado por fuerzas armadas desconocidas hasta ese momento, el envalentonamiento de las tanquetas y la obscenidad de los marines.
Incendiar la ciudad es una novela escrita en Lima en 2002, cuándo muchos de los protagonistas de las detenciones de diciembre eran unos niños. Pero como las buenas historias retrata un clima, pinta una aldea y trasciende las fronteras transportándonos al subsuelo de las ciudades, ahí donde las conspiraciones se parecen a los sueños de redención y cada pequeño acto, desde un concierto punk hasta un atentado con explosivos, son parte de la banda sonora de la sedición.
Incendiar la ciudad de Julio Durán, un relato duro como dormir en el suelo de una fábrica abandonada, cruel como la mordida de un perro de la infantería, enérgico como un acorde rasgando un bafle, subversivo como una asamblea estudiantil y peligroso como ingresar en la guerrilla cuando el gobierno se convierte en dictadura.
Una novela de iniciación, un relato donde el protagonista irá perdiendo la inocencia a fuerza de abrirse paso entre las decepciones y la esperanza revolucionaria.
El primer libro de 2019 de Madreselva tiene el filo de la
hoja de una canción de Discharge y hay que saber como agarrar la empuñadura para no hacerse un tajo en la palma del destino.