Guillermo Fabela descubre un vasto filón en el asesinato, la tortura y la impiedad que han hecho presa a nuestro país, y nos entrega sus hallazgos mediante la recreación de situaciones atroces que arrastra hasta las últimas consecuencias. Podríamos hablar de variaciones sobre un mismo tema, el mal. Los relatos, por ello, tienen un olor peculiar. Huelen a promiscuidad, a vicio, a exceso, a depravación, a sangre, a muerte. En suma, a maldad pura. Parecen destinados a confirmar que entre todos los seres vivos el ser humano es el más siniestro. En la práctica Fabela demuestra un profundo conocimiento del oficio, de lo que me gusta llamar instinto narrativo, que es un instinto alimentado por muchas lecturas y por la experiencia de la propia escritura. Así, en los cuentos hay un sólido entrelazamiento de argumento, estructura y lenguaje que, sumado a la particular visión de la realidad y a la astucia narrativa del autor, da como resultado una serie de textos de la mejor estirpe. Hay en todos los relatos elementos perturbadores, inquietantes, además de una celosa preocupación por crear personajes sólidos, que gracias a la magia de las palabras adquieren la condición de seres verdaderos, tan presentes y tangibles como aquellos con quienes nos cruzamos en la calle.