Para disuadir a los ocupas, el concejo municipal ha enviado a operarios para hacer del lugar un sitio inhabitable, pero eso no va a detener a Alice. Es una veterana, con catorce años de experiencia, de la ocupación y las comunas, y la casa es un lugar prometedor para aplicar todos sus conocimientos. Jasper, el cabecilla, se siente orgulloso #a regañadientes# de la facilidad que tiene Alice para lidiar con funcionarios y policías, para #pinchar# agua y electricidad, para eliminar la mugre y la sordidez# pese a que los comentarios de algunos camaradas sobre los burgueses hábitos domésticos de Alice son mordaces: que se preocupa más de las cortinas que de los temas centrales. Sin embargo, nadie rechaza la deliciosa sopa que Alice prepara con muy poco coste y que se puede alargar hasta cantidades impensables cuando en el lugar se convoca un congreso del partido. Jasper deja que Alice lo atienda y cuide de él, pese a que no permite ningún tipo de acercamiento físico #prefiere a los hombres#, pero luego va quejándose de que son los otros los que la explotan. Y todos hacen caso omiso, no obstante, al hecho de que durante los últimos cuatro años han estado viviendo a expensas de la madre de Alice, una conveniencia por la que nadie desea ser el primero en mostrarse agradecido. Pero cuando el grifo parece cerrarse, Jasper monta en cólera al descubrir que Alice no ha ahorrado nada para situaciones de emergencia. Aún así, Alice no puede imaginarse una vida sin Jasper, además de estar convencida de que es una revolucionaria muy comprometida. Cuando no está atareada arreglando el nido, lo que le gusta es la lucha de frente: formar piquetes, seguir directrices y, lo mejor de todo, pintar eslógans con espray. Está al tanto de que la más reciente directriz de la CCU (Sindicato Central Comunista) es ayudar al IRA, pero también crece su preocupación por las actividades en la casa ocupada de al lado: qué es lo que tienen enterrado en el jardín y a qué (o quién) deben, pese a la torpez