Escrita con un lenguaje sutilmente lírico, intensa y original, La mujer de Strasser es una muestra más del talento narrativo de Héctor Tizón; una de esas novelas en las que el lector ingresa con ingenuidad, casi con descuido, y que, a medida que avanza, se va impregnando de su aire y adhiriéndose a las paredes de su mundo, un mundo en el que, como dice uno de sus personajes, el cumplimiento del deseo ayuda a encontrar la verdad. Wilhem Strasser es un joven ingeniero europeo que un día llega con su mujer, Hilde, a una provincia del norte argentino, para construir un puente. Hilde y Strasser son más que extranjeros -probablemente huidos de la guerra europea-, son dos seres extraños en esa nueva geografía, que necesitan, además, levantar otro puente menos visible para continuar con sus vidas. Las lluvias constantes, el calor, el agobio de una tarea a la que no se le halla fin ni sentido, la rutina lacónica de los lugareños van creando una atmósfera enrarecida, en la que Strasser, Hilde y Janos -el asistente de Strasser, que completa el triángulo erótico- se mueven como sombras, como espectros de un mundo derrotado.