Mientras que el erotismo pone en escena el misterio del sujeto y de la sexualidad, la pornografía adula el voyeurismo y entrega a la mirada un cuerpo fragmentado, carente de rostro. Lejos de ser un llamado al orden, este libro permite distinguir los desafíos éticos que subyacen en las representaciones del cuerpo humano y ofrece un alegato en favor de la libertad y la responsabilidad.