Para que el término tan abusado de diálogo vuelva a tener sentido es necesario que exista una gramática compartida. En democracia la gramática compartida es la Constitución y son las leyes. Fuera de ellas no hay diálogo posible, la comunicación es imposible. Pero las lenguas, las gramáticas se renuevan, sin dejar de ser las mismas. Dentro de una misma estructura gramatical, la Constitución, las leyes se pueden renovar, pueden ser adoptadas nuevas normas legales para dar salida a los problemas que surgen en la sociedad. Si la democracia y el Estado de derecho terminan diciendo que un problema es insoluble dentro de sus normas, algo está fallando. Le toca a la democracia y al Estado de derecho mostrar que es capaz, sin renunciar a la gramática común, de encontrar caminos para regular aquello que parece romper y superar lo compartido. Si no se hace ese esfuerzo, la democracia y el Estado pierden legitimidad. Y este planteamiento es compatible con el análisis serio de las graves consecuencias que tendría romper la gramática común, la Constitución. De esto tratan los estudios recogidos en este volumen.