Los viajes, cuando son incursiones en lo desconocido, funcionan como modos privilegiados de conocimiento del mundo y de auto-descubrimiento de quienes emprenden la aventura. Personajes como Robinson Crusoe, Simbad, o Ulises viajan movidos por la curiosidad y el deseo de aventuras. Ese es también el caso del doctor Lemuel Gulliver, el protagonista de la novela Los viajes de Gulliver que Jonathan Swift publicó en Londres en 1726 en forma anónima y que ya desde entonces fue un éxito contundente. Tal vez la explicación de dicho éxito resida en el atractivo de una obra que, según se la lea, construye figuras diferentes como un calidoscopio. Se trata al mismo tiempo de un libro de aventuras y una alegoría moral en la tradición de Tomás Moro. Se lo ha vinculado incluso con la ciencia ficción, ya que algunos elementos que Swift mencionaba como fantasía hace 350 años, se han convertido luego en realidad. Más allá de las clasificaciones, Los viajes de Gulliver alcanzan prodigios imaginativos del género fantástico sin dejar de ser nunca un delicioso relato de viajes. Su originalidad, mezcla de sarcasmo, ensoñación e inventiva, ofrece a los lectores de todas las edades y de todas las épocas, una reflexión insuperable y profética sobre lo relativo de la mirada humana.