En 1811, aprovechando el espacio que le brindaba el prólogo a una nueva edición del «Fray Gerundio», Leandro F. de Moratín reprochaba a la Iglesia oficial "cuánto se aparta de su ministerio el orador cristiano que, olvidándose del dogma y de la moral, únicos objetos de la predicación, se pierde en discusiones políticas que, aprovechándose de la estupidez del vulgo, la adula y la excita, pone en movimiento las inclinaciones feroces que es de su cargo reprimir, turba la quietud que debiera recomendar como el mayor bien de los hombres, y en vez de predicar a Jesucristo, ejemplo sublime de mansedumbre, de caridad, de amor, predica sus particulares intereses, derrama en los demás la hiel de su corazón y sacrifica a la destemplanza de sus pasiones tantas víctimas cuantos son los infelices a quienes su elocuencia infernal persuade y acalora". ¿Hace doscientos años?(*CR*)Moratín, como hombre ilustrado en una España que por hábito desprecia cuanto ignora, padeció "los peligros inseparables que rodean a todo el que quiere leer". Entre sus delitos, el "de censurar errores funestos a la sociedad" y los personajes que los propician: "Tanto insípido hablador, / tanto traductor audaz, / novelistas indecentes, / políticos de desván". Entre sus preocupaciones, la educación: "¿Cuándo se educará la nación?", se preguntaba no sin ciertas dosis de ironía y amargura. Hoy, pretendidos defensores de la educación ignoran a Moratín porque ignoran que obras como «La mojigata» o «El sí de las niñas» tratan de la educación. Larra empezaba su crítica de esta obra considerando desaparecidos "muchos de los vicios radicales de la educación que no podían menos de indignar a los hombres sensatos de fines del siglo pasado, y aun de principios de este". ¿Seguro, don Mariano José?(*CR*)Fue Moratín lector voraz, crítico y apasionado. Leyó casi todo el teatro conocido, viajó por media Europa, observó, comparó y censuró o aprobó.