A medida que avance, el lector se encontrará con un relato que toma como protagonista a un personaje de la Historia, que se refiere a la batalla contra la esclavitud librada en Estados Unidos durante el siglo XIX, que se propone revisar las causas genuinas de la Guerra Civil y que postula el color de piel como uno de los conflictos constitutivos de la cultura norteamericana. Rompenubes propone una interpretación de un momento histórico que no se restringe al siglo XIX sino que alcanza a los Estados Unidos de hoy. El libro trabaja con materiales de la Historia y hace de ellos una interpretación literaria.
El narrador es Owen Brown, hijo del célebre blanco que luchó por la abolición de la esclavitud y que, según propone la novela, fue una pieza clave en la Guerra de Secesión que se desató dos años después de su ejecución. Esta última fue resultado del fracaso del más ambicioso de los planes de John Brown: la toma de Harpers Ferry, el pueblo del estado de Virginia en el que el gobierno federal fabricaba y almacenaba todo su arsenal; es decir, el corazón proesclavista. Cuando Owen logra milagrosamente huir de esa toma -un acto de arrojo para algunos, un acto suicida para otros- en la que mueren no sólo su padre sino también dos de sus hermanos, se retira a vivir como un ermitaño en una colina de Altadena, en California. entonces, casi tan frenéticamente como su padre había liderado la lucha contra la esclavitud, a escribir lo que sabe que ningún libro ha dicho hasta ahora. Se describe a sí mismo como un narrador confundido, contradictorio, loco y mentiroso, pero lamentablemente no escribe como tal. Lo hace, en cambio, como un narrador controlado, obsesivamente repetitivo y didáctico. Salvo por algún vaivén ocasional en el tiempo, su relato respeta las reglas de la saga clásica y abarca, entre muchas otras cosas, la niñez marcada por la figura de un padre tan seductor como amenazante, los flagelos físicos, los trabajos en la granja de las montañas Adirondack, las enseñanzas bíblicas del padre, los negocios intentados y arruinados por su padre, el viaje que juntos hicieron a Inglaterra, la construcción de un ferrocarril clandestino que aportaría a los esclavos fugitivos un paso seguro hacia la frontera con Canadá, los amores malogrados, el nacimiento de los veinte hijos de John Brown, la muerte de once, las enfermedades de cada uno, el casamiento de algún otro, las alianzas y traiciones a las que su padre estuvo expuesto a lo largo de su vida, las matanzas que organizó y justificó, las distintas etapas del proceso por las que pasó John Brown: de líder antiesclavista a guerrillero, de guerrillero a terrorista y de terrorista a mártir.
La prosa de Brown hijo, obligada a ser anacrónica por su fecha de nacimiento y por sus años de reclusión, se vuelve agobiante. Su recurso a la falacia patética -ese procedimiento común a tantas elegías, en las que las personificaciones del paisaje intentan explicar la vida de las personas-, también. Y sus previsibles párrafos dedicados al paisaje vuelven inevitable que extrañemos la prosa lacónica y lacerante con la que trata el tema Cormac McCarthy, contemporáneo y coterráneo de Banks.
A los esfuerzos por negar su amor por Lyman Epps, el asistente negro de su padre, y al acto horroroso -únicamente testimoniado por el Monte Tahawus o Rompenubes, fuerte presencia simbólica y cuasi constante del relato- que viene con el reconocimiento de ese amor, están ligados los pasajes más sutiles del relato, aunque se trate de una sutileza siempre amenazada por el exceso de explicación.