Todo transcurre adentro. Y desde dentro. Ir tras el alma, caer o elevarse siguiéndola, atravesar en pos de ella los esteros, el agua, rastrearla por las colinas y los montes, seguirla hasta las cárceles de aire viciado, húmedos zaguanes o formidables templos, estar con el alma frente al abismo de una hoja de papel vacía, aun sin escribir, una hoja esencialmente más importante que aquella donde decía «Se otorga el Premio Nobel de Literatura»: ése es el viaje del que hablan los Signos junto al camino. Signos junto al camino es un libro cuya forma se nos escapa. Son a la vez anotaciones y apuntes de diario, son insomnio y vigilia, son textos tanto para escritores como para lectores, son también un inventario de pesadillas y un conjunto de historias cotidianas, son el inicio de una novela «total» y un poema solitario que infunde aliento y a veces, en regocijo, uno deja escapar por sus labios. En breves palabras: los Signos junto al camino son una sola pregunta: ¿Dónde estoy? Un hombre que no se hace esa pregunta, que siempre sabe con certeza dónde está, cuánto hay desde el «aqui y ahora» hasta el «alla y mas alla», es un hombre perdido, determinado por su imprudencia o soberbia. Es un hombre determinado por accesorios técnicos, sistemas de medición, estructuras sociales, pero no por sí mismo. Aunque suene paradójico, ese punto en el que está cada hombre es el camino.