En 1870 Lucio V. Mansilla dio a conocer Una excursión a los indios ranqueles, libro mayor de las letras argentinas. Uno de sus propósitos declarados era hacer comprender a la cultura urbana de entonces el mundo del "desierto". En 1954 el historiador Roberto E. Giusti prologó una reedición de la trilogía Callvucurá - Painé - Relmú, de Estanislao S. Zeballos, obra caída casi en el olvido, y alertó sobre la escasa atención que la historia oficial daba al papel del poder pampa durante el siglo XIX. ¿Se han remediado estas dos cuestiones?
Tal vez no, y por eso esta novela enfrenta, además de la misión de gustar al lector, la de introducirlo en un mundo en gran medida ignorado o, no se sabe si para mejor o peor, fabulado. Aunque, en este caso, nos lo presenta desde adentro; desde el corazón, las entrañas y las mentes de los Curá y de los ranqueles.
Habida cuenta de que no podía hacerlo en mapuche, Omar Lobos debió asumirse lenguaraz. Es cierto que tenía la asistencia de abundantes registros: las cartas de Calfucurá -figura de extraordinaria dimensión, como se verá- y otros jefes, las memorias de huincas que vivieron "tierra adentro", los clásicos mencionados. Pero ¿a qué lengua recurrir para narrar lo pampa desde adentro, como se ha dicho, y dar la palabra a sus sujetos? Lobos optó por la libérrima "castilla" campesina, oralidad forjada sobre dos choques: el del castellano ya americano con las lenguas nativas, el del campo con la ciudad. Fue respetuoso, pero no servil a ese hablar (no lo fueron los gauchescos con el del gaucho), y así salió feliz del desafío. Por eso, antes que elogios salpicados de previsibles adjetivos, creo que lo mejor que puede decirse de esta obra es que se trata de una novela nuestra. Salud al esforzado lenguaraz que la hizo posible.
Oche Califa