A los negativistas los conocemos. Concluir puramente negativamente de la positiva ausencia del odio político y los requerimientos monetarios que su página no puede haber sido jamás el producto de la pluma de un hombre o una mujer de aquel período o de aquellas partes no es sino una conclusión imbuscada más a la que se ha dado un brinco, siendo equivalente a inferir de la impresencia de comillas (a veces denominadas marcas de citación) en una página cualquiera que su autor había sido constitucionalmente incapaz de malapropiarse de las palabras dichas por otros.
Por aquellos tiempos, moravar, uno generalmente, monedamente esperaba o en cualquier caso sospechaba entre los funebreros que pronto le iba a ir mal, iba a desarrollar una T.B. pulmonar hereditaria, y se acabaría de una dandy vez, ahá, una noche lluviosa de acreedores ensabanados, oyendo un canto ronco y un splash salido de Eden Quay suspirado y rolado, seguro que todo había terminado, pero, aunque cayó pesada y localmente en deudas, ni siquiera entonces un antinomiano semejante podía serle fiel al tipo. Él no iba a prenderle fuego a su cerebro; no iba a arrojarse al Liffey; no iba a hacerse explaudir con neumánticos; rehusó azafrancarse él mismo con un terrón. Con el permiso del demonio extranjero el friedoso fraude innato burló incluso la muerte.
Él iba de suyo que al culiau le disgustaba cualquier cosa que de alguna manera se aproximara a una plena disputa franca o una pelea barata, ya que tantas veces como se lo llamaba para arbitrar en cualquier discusión octogonal entre zanguangos, el consumado lavamanos solía rozar hombros con el último disertante y darse un chocacinco (el tocamano que es discurso sin palabras) y acordar con cada palabra tan pronto fuera a medias pronunciada, ¡ordene!, su sirviente, bien, lo reverencio, ¿cómo, mi señor? ¡pero tome usted! muy cierto, gratias, todo susho, ¿ve lo quescucho?, tan bienes, si le place, ¿mi sure?, ¡compléteme un poco!, quesasí, usted lo ha dicho, apasafello, muchas grassyass, ¿me abren fuego?, ¿hay en usted algo de guérlico?, a su buen ser, a su sulfuro, y después en un instante enfocar su completa atención desbalanceada sobre el siguiente octagonista que lograba atrapar el ojo de un oyente, preguntándole e implorándole con su lamentable uniguiño, (hemoptysia diadumenos) si había algo en el mundo que podía hacer para complacerlo y sobrellenarle una vez más el vasotán tentador.
¿Pero es que alguien, que no haya salido de un loquero, lo creería? Ninguno de esos limpios pequeños querubines, Nerón o Nobookisonester en persona, tuvieron jamás una opinión tan arruinada de su monstruousa maravellosidad como la que tenía este defectuoso mental y moral (aquí tal vez en su más bajonesta vanesancia) a quien se sabía grognato antes que gunardo en una ocasión, mientras bebía pesadamente espirituosas a ese interlocutor a latere y sucatariopriví con quien solía andar camaradeando, en los kavehazs, un tal Davy Browne-Nowlan, su celestial gemelo, (este perro poeta hueso de chambón se seudominó bajo el hangnomen de Bethgelert) en el porche de un bar gitano...