CRÓNICA DISPARATADA DEL OTRO CARDENAL ARGENTINO QUE QUISO SER PAPA PERO NO PUDO Non Habemus Papam, la primera novela de la periodista Virginia Mejía, es una crónica disparatada de la vida del otro cardenal argentino que quiso ser papa, Jorge María Ortiz de Urbina, un bon vivant opuesto a Bergoglio que vive en un Palazzo romano junto a su íntimo amigo y secretario, Pancho, rodeado de una corte de enfermeros negros. La historia, que raya lo absurdo, está contada por su sobrina, Marina, oveja negra de una familia tradicional católica que viaja a Roma para convivir con su nonagenario tío en ese lujoso palacete hasta que la débil salud del Cardenal queda afectada por un escandaloso drug-affair. El hilo conductor es la expectativa de la sobrina: recuperar el anillo de zafiro cardenalicio, objeto que la salvará de penurias económicas y le devolverá algo de la solera perdida de la clase social a la que pertenece, la vieja oligarquía decadente.
Virginia Mejía nació en Buenos Aires en 1963. Estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires y participó de los talleres literarios de Alberto Laiseca y María Moreno. Como periodista trabajó en Diarios y Noticias, Reuters, El Cronista y Perfil. En la actualidad escribe para La Nación. Página12.
JUEVES, 24 DE DICIEMBRE DE 2015
VISTO Y LEIDO
Ensalada de papa
La primera novela de la periodista Virginia Mejía cuenta la historia de un cardenal argentino de familia bien
que no pudo llegar a Papa.
Por Daniel Gigena
El mundo de la Iglesia católica como institución es fascinante; un hombre ingresa en ella para dedicar toda
su vida a la carrera eclesiástica, con categorías preestablecidas, con cargos, títulos. El deseo de ser Papa
siempre está presente. Entonces inventé a este personaje, Jorge Ortiz de Urbina, un porteño con cuna, un
erudito y un bon vivant, que a los veintidós años se va a Roma para triunfar. Asciende y en 2001 es el único
argentino nombrado cardenal junto con Bergoglio. Ambos tienen carreras exitosas, cada uno en su estilo:
uno populista junto a los pobres y el otro elitista junto a los Papas. Pero triunfa Bergoglio y eso conlleva el
derrumbe definitivo de una familia oligárquica caída en desgracia, dice Virginia Mejía, la autora de Non
habemus papam, una novela profana protagonizada por cardenales aburguesados con secretarios
diligentes, familias patricias, alianzas espurias y una narradora que se siente ajena a ese submundo. Desde
el título, la novela de Mejía guarda semejanzas con Habemus papam, la película de Nanni Moretti donde un
atribulado cardenal renunciaba a la tarea de convertirse en el sucesor de san Pedro. En Non habemus
se
reemplazan las honduras psicológicas de aquellos personajes por una comedia de esnobs.
Empecé en el taller de crónica de María Moreno de la Biblioteca Nacional; allí llevaba los capítulos con las
andanzas del monseñor. En general las crónicas son historias de suburbios, de clases bajas y por eso me
interesó contar lo que pasa en otro mundo: en los palazzos romanos, en San Isidro y en Recoleta. Viajé
incluso a Roma y conviví entre curas, monjas y millonarios católicos. Después, cuando retraté a cada
personaje, me di cuenta de que todo era absurdo y que lo que en un principio fue una crónica vaticana se
había transformado en algo desopilante. Cuando le llevé la novela a Américo Cristofalo, me propuso darle
una vuelta de tuerca definitiva hacia lo grotesco. Ese grotesco incluye ciertas postales de época, como
cuando monseñor visita al ex presidente Fernando de la Rúa, mientras la crisis se cocinaba a fuego lento
en el país y la Iglesia, como otras corporaciones, pedía soluciones. A la salida de ese encuentro, en sus
declaraciones el prelado apenas se refiere a un parentesco lejano con Inés Pertiné.
Marina, la narradora, una joven periodista sobrina de Pancho, percibe el comportamiento de su tío de una
manera diferente de la de sus parientes: ¿Me preguntás por Fulanita casada con Menganito, que es
sobrina nieta de los Sulanitos de la rama de los Sulanitos Menganitos Fulanitos?, lo oye preguntar en
medio de un diálogo saturado de apellidos: los Amoedo, los Padilla, los Ortiz de Rosas, los Lynch y los
Quesada. En el capítulo Las primas se desenmascara a ese grupo social. Está situado en Barrio Norte
pero también podría transitar en un barrio paquete de París o de Nueva York. Los Ortiz de Urbina son una
familia enorme, católica, donde las mujeres y los hombres conservan ritos de casta. Marina es la única que
logra salir del círculo del clan. Pero ella sale y también entra cuando quiere. Los observa, marca sus
contradicciones y luego los satiriza a todos, incluso a ella misma.
A la luz de los escándalos de la curia romana, la novela de Mejía se redefine como una variante del
realismo eclesiástico del siglo XXI: sacerdotes millonarios, prostitución vip en Ciudad del Vaticano,
chanchullos financieros. De San Isidro a Roma, pasando por Barrio Norte y las estancias, las aventuras del
Papa que no fue están narradas en clave de sátira. Esta es la forma que elegí para contar una historia que
transformé en desopilante gracias a mis sesiones de psicoanálisis dice Mejía?, cuando me di cuenta de
que nada mejor que el humor para tomar distancia de asuntos que para algunos son demasiado serios:
religión y la familia.
Non habemus papam
Virginia Mejía