Era un titiritero que nunca había llegado tarde a una función de títeres.
Un domingo se levantó a las ocho de la mañana. Sintió un fuerte dolor en el pecho, como si una aguja le hubiese atravesado el corazón. Se miró en un espejo. Estaba muy pálido.
Tenía que hacer una función a las once de la mañana. Salió de su casa a las nueve y cuarto. Llevaba el teatro al hombro y una maleta con los títeres en una mano. Caminó un trecho y otra vez volvió a sentir el frío de la aguja en el corazón.
El titiritero vio que la Muerte estaba delante de él.
Puso la maleta en el suelo. La abrió. Sacó un títere con un sombrero y una capa. Era el Anunciador. Lo calzó en la mano derecha. Se arrodilló con el teatro al hombro. Movió al títere y le dijo a la Muerte con la voz del Anunciador:
Respetable señora, le ruego espere unos minutos. El tiempo necesario para hacer un llamado telefónico. Él jamás llegó tarde a un espectáculo y quiere justificarse. ¿Comprende?
El Anunciador inclinó la cabeza saludando a la Muerte. Ella dio un paso atrás.
El titiritero guardó al Anunciador en la maleta. Cruzó la calle. En la esquina había un teléfono público. Metió una moneda en la ranura, marcó un número y dijo:
Habla el titiritero para que lo disculpen. Hoy no puede hacer la función.
Después volvió a cruzar la calle. Llevaba el teatro al hombro y la maleta en la mano. Sabía quién lo estaba esperando en la vereda de enfrente.
(El Titiritero y la muerte, en Maese Trotamundos por el camino de don Quijote).